martes, 9 de octubre de 2007



Los cortinajes impiden que los rayos de sol fulmine mi cuerpo sésil postrado en la nueva silla naranja. Los ruidos se oyen más o menos lejanos en la calle, menos cuando pasa un camión o alguien hablando por la acera. Son lo inconvenientes de vivir en un bajo a ras del suelo. Un bajo que tiene sol, fíjense, no como esos bajos de las ciudades que solo ven el sol cuando el que allí vive o comercia pone la tele y salen los soles en los mapas del tiempo. A mi el sol no me gusta demasiado. Siempre voy con gafas de sol para protegerme de esa luz. En invierno la luz es blanca, en otoño es gris, en primavera es amarillenta y en verano es hasta azul, por el cielo sin nubes. Esa es mi percepción. No he hecho análisis de longitudes de ondas, ni espectrometrías. Simplemente yo me protejo de la luz. No sé a donde quiero ir a parar. Tampoco importa demasiado. Todos los caminos conducen a Roma. Roma debe estar llena de gente durante todo el año. Yo, al ser sésil, no tengo mucho recorrido, y solo me mezo acorde con las corrientes que depara mi cabeza. Mi cabeza, mi mente no es sésil, ya me gustaría. Ella se va pallá pacá, vuelve a descansar y se vuelve a ir. Nunca está quieta. Si no imagina fragmentos de vidas no vividas, reconstruye pueblos barojianos, recorre universos ominosos donde gases con nombre te alcanzan y entonces vives en el infierno. Propósitos. Hago propósitos que son vencidos en el suelo, pues cuando amanece y me despierto, solo quedan restos del naufragio. Si, las naves de la voluntad, se volvieron a hundir, como siempre hacen por las noches, y sus restos carcomidos por la sal y la arena de las olas, se pudren al sol. Este es otro sol. Este sol es naranja, naranja de películas de safari. Es un sol que me estoy inventando ahora mismo, o lo invente en la infancia, jugando con los clics en un atolón tropical. Siempre eran atolones tropicales con uno o varios piratas colgados de un árbol de plástico. Como el único árbol que tenía, aparte de las palmeras del belén, era una acacia de la sabana, mis aventuras piratas siempre tuvieron ese sol africano, que huele a polvo y a boñigas. Bueno, mi mente ahora está sujeta por las teclas y la luz del monitor y el flexo. Pero por poco tiempo, porque creo que esto se acaba aquí. Bueno, no del todo. Todavía quedan sus comentarios…

4 comentarios:

hornillero dijo...

Los atolones y el desierto tienen las palmeras en común, pero lo de los clics, pues yo como no tuve pues no puedo opinar. Y respecto de los piratas, pues serían barcos negreros, porque en Africa es lo que se estilaba. Así que amigo mameluco en su próxima aventura, créase un libertado de exclavos

José Manuel Ubé González dijo...

¿Es usted sésil? ¿sésil be de mil? No imaginaba que la reencarnación del director sucediera en la penumbra de una imprenta andaluza.

Ster dijo...

... mis aventuras piratas siempre tuvieron ese sol africano, que huele a polvo y a boñigas....

y dice usted que no le gusta viajar? pues lo ha descrito a la perfección!

a polvo rojo, a tierra y a boñiga de rumiante!! y a luz inmensa

que bonito!!

Mameluco dijo...

Ster... Si alguien que lee y escribe no tiene imaginación ¿que nos queda? jejejeje...

Gracias por sus halagos...

 
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