domingo, 15 de julio de 2007


- Hay que desalojar y rápido, -dijo Ricardo con seguridad- sacad a las ancianas y al mariposón de la sotana.

En aquel momento el antes cohesionado grupo se convirtió en una turba sedienta de sangre. Hubo opiniones para todos los gustos. Que había que quemar a las viejas, que estaba la mujer de uno allí, que a las beatas sí, pero al curita había que dejarlo dentro, o si se salvaba caparlo con una sierra o con un cascanueces. De repente, catervas que venían por diferentes calles confluyeron en la explanada de la catedral. Aquello se empezó a llenar de gente. Se preguntaban entre sí y la discusión se volvió aún más caótica. Los líderes de los distintos grupos se reunieron en lo alto de la escalinata que había en la portada de la puerta principal. Intuían que a todos les había pasado lo mismo. Que Jesucristo, hijo de Dios, había elegido entre su rebaño, que no era el de ninguna de la religiones organizadas, ni católicos, ni protestantes, ni testigos de Jehová ni nada de eso. Prefirió gentes sencillas, del pueblo llano. Se presentaron, hermanados, en una misión trascendental. Contaron y había doce. Como los apóstoles señaló, perspicaz, Jacinto, el ex seminarista. Ricardito, en paro, guardia jurado, al que todos ya conocemos. Josete, un charcutero, aficionado al Rayo Vallecano. Mateo, carpintero metálico, orgulloso de su nombre en estas horas decisivas, pues se llamaba con algunos de los apóstoles. Cándido y Emilio, zapateros, que tuvieron una visión conjunta de Cristo Jesús en un bote de betún Kiwi color granate. Albertín Sorolla, dependiente de video club y liberador de teléfonos móviles. Nicomedes, vagabundo, pobre entre los pobres. Jorge Laín, estafador de poca monta, en libertad condicional. Vicente Cudeiro, viajante de fajas ortopédicas. Rodríguez, taxista ex policía, era el más radical, quería quemar a los que había dentro de la catedral y meter a algunos más. Un maestrillo de escuela apocado, Don Martín, de baja por depresión y ansiedad. Y por último, un estanquero de un pueblo cercano, Francisco, que reclutó un gran número de seguidores en un reformatorio de la zona.

1 comentario:

Lia Mota dijo...

Hombre, historias por capítulos que me encantan. Mañana leo las 7 tazas y los posos de entremedias y te comentoooo.
Quiero leerte recuerdamelo insistentemente!! Me voy a dormir.
Buenas noches m

 
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