domingo, 6 de mayo de 2007


Pellicer estudiaba el informe del forense. Solo tenía el tímpano roto. Había muerto de una trombosis. Aparte tenía herpes, reuma, halitosis y golondrinos. Pero era raro, claro. Olor a pólvora, sangre, el telegrama, la ventana cerrada. Le dolía el estómago y la cabeza. Aunque no lo sabía, Pellicer se estaba muriendo. A él le hubiera dado un poco igual saberlo, se habría preocupado por el caso igual. Rogelio J., la gamba, un hombre cursi muerto, el ridículo bigotillo.

Interrogó a todos sus amigos, a sus jefes, a su casero, a sus vecinos. Era hombre amable pero distante, salvo con los niños, no se le conocían vicios y era de comunión casi diaria. Su director espiritual dijo que no notaba nada raro en el comportamiento de Rogelio en los últimos días. Bueno, quizá lo noto ausente, pero eso era frecuente tras el fallecimiento de la madre. Pellicer estaba harto de no sacar nada en claro. Fue a la casa del cursi. Nada, igual que la oficina era un dechado de limpieza e higiene.

De repente, sonó el teléfono. ¿Qué hago?, pensó, aunque solo por unas décimas de segundo.

-¿Quién es?

-¿El señor J.?

-Si, ¿de parte de quien?

-Los muertos no hablan, inspector, mentir esta muy feo.

-Uhm, lo siento. ¿Es usted La Gamba?

-No sé de qué me habla.

-Déjelo. ¿Sabe quien es San Martín de Porres?

-Un negro que barría.

-Era mulato.

-Lo mismo es.

-Hombre, lo mismo, lo mismo…

-¿Soy yo, o esta es una de las conversaciones más raras que he tenido en mi vida?

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